Colección & Galería de Recuerdos

Desde los primeros intentos por fijar la imagen del mundo visible, la humanidad ha buscado preservar la memoria de su existencia. Ya en la Edad Media, mucho antes del surgimiento de la fotografía, los cronistas comprendieron el valor del registro como acto de transmisión histórica. El monje y erudito anglosajón Beda el Venerable (c. 672–735), considerado uno de los padres de la historiografía europea, afirmaba que «es deber del historiador rescatar del olvido las acciones de los hombres para instrucción de las generaciones futuras». Esta concepción de la memoria como responsabilidad colectiva anticipa el rol que siglos más tarde asumirían las imágenes.

Con el desarrollo de la fotografía a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, ese antiguo anhelo medieval de conservar el pasado encontró una nueva forma material. Thomas Wedgwood describía su propósito como el intento de "retener las sombras producidas por los objetos", una expresión que, más allá de su carácter técnico, refleja una continuidad conceptual con la tradición cronística: preservar aquello que el tiempo tiende a borrar.

Este principio se consolidó con Nicéphore Niépce y Louis Daguerre, quienes transformaron la imagen en un documento permanente. Daguerre sostuvo que "la invención no reproduce simplemente la naturaleza, sino que la fija con una fidelidad que desafía al tiempo", otorgando a la imagen un valor probatorio semejante al de los antiguos manuscritos.

En la historiografía medieval, la imagen, ya fuera en tapices, miniaturas o relieves, cumplía una función semejante. El cronista normando Orderic Vitalis (1075–c.1142) señalaba que «lo que no se escribe ni se representa, se pierde como si jamás hubiera ocurrido». Esta afirmación resuena directamente con el valor contemporáneo de la fotografía como fuente histórica y herramienta de reconstrucción del pasado.

La imagen, al igual que la crónica medieval, no solo informa, sino que interpreta y transmite identidad. Guillermo de Malmesbury (c.1095–c.1143) defendía que «conocer la historia de los antepasados fortalece el juicio del presente», una idea central en la genealogía histórica y en la preservación de la memoria familiar. Las fotografías, al igual que los textos medievales, permiten identificar linajes, espacios habitados y formas de vida, conectando generaciones a través del tiempo.

En la modernidad, esta función fue analizada por Walter Benjamin, quien afirmó que "la imagen posee la capacidad de convocar al pasado en el instante presente". Así, cada fotografía conservada se convierte en un acto de resistencia contra el olvido, un eco visual de la antigua labor de los cronistas.

La Colección & Galería de Recuerdos se inscribe en esta larga tradición histórica. Desde los monjes medievales que copiaban manuscritos para preservar la memoria del mundo, hasta los primeros fotógrafos que fijaron la realidad en placas sensibles, subyace un mismo propósito: transmitir experiencia, identidad y continuidad. Como expresó el historiador Beaumont Newhall, "toda imagen histórica es un testigo silencioso del tiempo que la produjo".

Cuanto más exploramos estas huellas visuales y documentales, más comprendemos que la memoria colectiva no es un concepto abstracto, sino una construcción viva. Recuperar imágenes, estudiar contextos y compartir historias es, en esencia, continuar la tarea que los cronistas medievales iniciaron hace siglos: dar sentido al pasado para iluminar el presente y orientar el futuro.

La historia es la narración de los hechos pasados, por medio de los cuales se conoce aquello que sucedió.
— Isidoro de Sevilla (c. 560–636), Etymologiae, I, 41

Homenaje al Fundador

Homenaje de la ciudad de San Jerónimo Norte, en la Provincia de Santa Fe, República Argentina, realizado con motivo del centenario de su fundación (1958), en reconocimiento a su fundador Ricardo Foster (1808–1865).

Este acto conmemorativo honra la memoria y el legado de quien impulsó el establecimiento y desarrollo inicial de la comunidad, reafirmando la importancia de preservar la historia local como parte fundamental de la identidad colectiva.

Las primeras ciudades de la historia surgieron hace aproximadamente 7.500 años en la región de la antigua Mesopotamia, como consecuencia de una transformación decisiva en la forma de vida humana: el paso del nomadismo recolector a la sedentarización agrícola. Este cambio marcó uno de los hitos fundamentales de la civilización. Como señaló el historiador francés Fernand Braudel, «la agricultura hizo posible la fijación del hombre al suelo, y con ella nació el tiempo largo de la historia».

Aunque la población de estos primeros asentamientos era reducida, los historiadores los identifican como ciudades o pueblos agrícolas del Neolítico, en tanto constituían centros permanentes de producción, organización social y control territorial. El arqueólogo V. Gordon Childe, quien acuñó el concepto de "revolución neolítica", afirmó que «la producción deliberada de alimentos creó las condiciones necesarias para la vida urbana», estableciendo así las bases de la economía productiva.

Durante esta etapa, el ser humano dejó de depender exclusivamente de la depredación y el aprovechamiento inmediato de los recursos naturales para convertirse en productor, capaz de generar excedentes, almacenar alimentos y organizar el trabajo colectivo. Este tránsito hacia una economía de producción permitió el surgimiento de jerarquías, instituciones y formas complejas de convivencia. En palabras de Aristóteles, «la ciudad existe por naturaleza y precede al individuo, porque el todo es necesariamente anterior a la parte» (Política, I, 1253a).

Entre los primeros centros urbanos conocidos se encuentra Çatalhöyük, en la actual Turquía, establecido hacia 7500 a.C., considerado uno de los asentamientos proto-urbanos más antiguos del mundo. En Mesopotamia, Uruk, habitada desde aproximadamente 5000 a.C., llegó a albergar más de 65.000 habitantes, convirtiéndose en un verdadero núcleo urbano a orillas del río Éufrates. Ur, fundada hacia 3800 a.C., alcanzó una población estimada de más de 200.000 personas, y Babilonia, establecida alrededor del 2300 a.C., se transformó en la capital de uno de los grandes imperios de la Antigüedad. El historiador griego Heródoto describía a Babilonia como «la ciudad más ilustre de todas las que conocemos».

De manera paralela, surgieron complejas civilizaciones urbanas en el Antiguo Egipto y en el Valle del Indo. Esta última se desarrolló desde aproximadamente 3300 a.C., abarcando territorios del actual noreste de Afganistán, Pakistán y el noroeste de la India. Sus principales ciudades, Harappa y Mohenjo-daro, construidas alrededor del 2600 a.C., destacaron por su planificación urbana avanzada, sistemas de drenaje y organización social. El arqueólogo Mortimer Wheeler sostuvo que «la civilización del Indo revela un alto grado de orden social y planificación, comparable a las grandes culturas de Mesopotamia y Egipto».

A lo largo de la historia, el proceso de fundación de ciudades ha respondido siempre a una misma lógica esencial: la necesidad humana de arraigo, organización y proyección colectiva. En el siglo XIX, este impulso se manifestó en los movimientos migratorios europeos hacia América, donde se fundaron nuevas comunidades bajo principios similares de trabajo, cooperación y esperanza de futuro.

En este contexto histórico más amplio se inscribe la fundación de San Jerónimo Norte, en la Provincia de Santa Fe, República Argentina. Allí, Ricardo Foster (1808–1865) desempeñó un papel fundamental al impulsar el asentamiento de las primeras familias suizas, que arribaron a la región el domingo 15 de agosto de 1858. Su acción se vincula con una larga tradición histórica de fundadores y organizadores de comunidades, quienes, como en las antiguas ciudades del Neolítico, promovieron la transformación del territorio en un espacio habitado, productivo y socialmente estructurado.

Como expresó Domingo Faustino Sarmiento, contemporáneo de estos procesos de colonización, «poblar es civilizar», una idea que sintetiza el sentido histórico de estas fundaciones modernas: continuar, en un nuevo tiempo y lugar, el antiguo camino de la humanidad hacia la vida en comunidad.


Entrega de Diplomas

El Dr. Nicanor de Elía Foster (1864–c.1941) (3) durante el acto de entrega y recopilación de títulos en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, República Argentina.

Fuente: Archivo General de la Nación (AGN), Departamento de Documentos Fotográficos (DDF), Inventario N.º 59581.

La palabra "diploma", en su acepción académica, tiene su origen a mediados del siglo XVII y deriva del latín diplōma, a su vez tomado del griego δίπλωμα (díplōma), cuyo significado literal es "papel doblado en dos". En la Antigüedad, este término hacía referencia a documentos oficiales plegados, utilizados para certificar privilegios, concesiones o derechos. El erudito romano Isidoro de Sevilla ya señalaba que «los documentos reciben su autoridad no solo por lo escrito, sino por la forma que los distingue como auténticos», una idea que anticipa el valor simbólico del diploma como testimonio formal del saber.

Por definición, las instituciones educativas otorgan un diploma como certificación de la finalización de un curso de estudios, convirtiéndolo en un símbolo tangible del mérito académico. A diferencia de otros elementos ceremoniales, como la toga y el birrete, heredados de las universidades medievales europeas, la práctica de conceder un documento físico al graduado se consolidó inicialmente en los Estados Unidos, marcando una innovación en la tradición universitaria.

La costumbre de otorgar diplomas a los graduados se remonta a la Universidad de Harvard, en Cambridge, Massachusetts, donde el 23 de septiembre de 1642 tuvo lugar una de las primeras ceremonias documentadas de este tipo. En aquella ocasión, los nueve graduados recibieron lo que se conocía como un "Libro de las Artes", destinado a representar simbólicamente la culminación de sus estudios. Sin embargo, estos volúmenes eran retirados por la institución tras la ceremonia, ya que el reconocimiento era más ritual que material.

No fue sino hasta 1813 cuando los graduados de Harvard comenzaron a recibir un diploma literal, de tamaño uniforme y concebido para ser conservado de manera permanente. Este cambio refleja una transformación en la concepción del saber universitario, que pasó de ser una distinción efímera a un título personal y transmisible en el tiempo. Como afirmaba el historiador Jacques Le Goff, «la universidad medieval transmitía saber; la universidad moderna también certifica identidad».

Los diplomas originales solían confeccionarse en piel de oveja finamente tratada, debido a que la producción de papel era un proceso costoso y técnicamente complejo en los siglos anteriores. Esta elección no era casual: la durabilidad del material garantizaba la preservación del documento como prueba legal y académica. El historiador inglés Thomas Fuller observó que «lo que se escribe para durar debe grabarse en una materia que resista al tiempo», una máxima que explica la preferencia por materiales resistentes.

Estos documentos eran redactados íntegramente en latín, la lengua universal del saber académico hasta bien entrado el siglo XIX, y solían presentar formas y dimensiones variables, dependiendo de la institución y la época. El diploma era firmado por el presidente de la universidad y otros altos funcionarios, reforzando su carácter oficial y solemne.

Así, el diploma se consolidó no solo como una certificación académica, sino como un objeto histórico y simbólico, heredero de antiguas tradiciones documentales y reflejo del valor que cada sociedad otorga al conocimiento, la educación y la memoria institucional.


Entrevista con el Primer Magistrado

Enrique Foster (c.1891–1969) (15), en su carácter de auditor de cuentas de la Confederación de Personal Civil de la Nación, durante una entrevista institucional con el primer magistrado de la República Argentina, Juan Domingo Perón (1895–1974) (9).
El encuentro tuvo lugar el miércoles 11 de octubre de 1950, en el marco de las relaciones entre el Poder Ejecutivo Nacional y las organizaciones representativas del personal civil del Estado, en un período caracterizado por la consolidación del modelo estatal y social impulsado por el peronismo clásico.

Este tipo de audiencias reflejaba el rol activo del Estado en la articulación con los cuerpos técnicos y administrativos, así como la importancia asignada a la fiscalización, la organización laboral y la institucionalización de los derechos del trabajador dentro del aparato público.

La Confederación del Personal Civil de la Nación (CPCN) es una organización sindical argentina que agrupa a empleados de los distintos niveles de la administración pública, nacional, provincial y municipal, dentro de la República Argentina, país ubicado en el Cono Sur de América del Sur.

La entidad fue fundada en 1948, en un contexto de expansión del Estado y consolidación de los derechos laborales durante el siglo XX, con el objetivo de unificar la representación del personal civil del sector público y canalizar sus demandas sociales, laborales y previsionales.

Según los registros institucionales, su primer afiliado fue el entonces presidente argentino, general Juan Domingo Perón (1895–1974) (9), figura central de la política argentina del siglo XX. Este hecho tuvo un fuerte valor simbólico, ya que reflejó el respaldo del gobierno nacional a la organización sindical de los trabajadores estatales y al reconocimiento del empleo público como pilar del proyecto político y social de la época.


Piloto Distinguido

El Geoffrey Beverley Brigg (1916–1994), piloto de la Real Fuerza Aérea Australiana (Royal Australian Air Force, RAAF), fotografiado fuera del Palacio de Buckingham, en Londres, Inglaterra, mientras exhibe la condecoración militar recibida por su destacada actuación durante la Segunda Guerra Mundial (1939–1945).

En la imagen, Brigg muestra su medalla a la Sra. Blencowe Brigg (izquierda) y a la Sra. Brian Brigg, residente en Wembley, distrito del Gran Londres. Este tipo de retratos eran frecuentes durante el conflicto y cumplían una función tanto conmemorativa como simbólica, reforzando el vínculo entre el esfuerzo bélico, el reconocimiento oficial y el ámbito familiar.

Fecha: 18 de mayo de 1943
Fuente: Australian War Memorial, referencia UK0128.

El reconocimiento oficial mediante condecoraciones por méritos militares o civiles tiene sus orígenes en la Antigüedad, cuando diversas civilizaciones desarrollaron sistemas simbólicos para distinguir el valor, el servicio y la lealtad al poder político o religioso. En el mundo romano, las phalerae y las coronae eran otorgadas a los soldados por actos de valentía; en la Grecia antigua, los honores públicos incluían coronas y objetos ceremoniales; mientras que en el Antiguo Egipto, los faraones concedían collares y medallones honoríficos, como el Collar de Oro del Valor, destinados a ser exhibidos públicamente como señal de prestigio y reconocimiento.

A lo largo de la Edad Media, estas prácticas se integraron a las tradiciones caballerescas europeas, donde las insignias y órdenes honoríficas reforzaban la jerarquía social y el vínculo personal entre el soberano y sus servidores. Con el surgimiento de los Estados modernos, las condecoraciones adquirieron un carácter institucional y reglamentado, convirtiéndose en instrumentos oficiales de reconocimiento estatal.

Durante la Segunda Guerra Mundial (1939–1945), los sistemas de condecoraciones alcanzaron una escala sin precedentes. Se instituyeron medallas de campaña, de servicio y de guerra destinadas tanto a miembros de las fuerzas armadas como a civiles elegibles, en reconocimiento a su participación directa en operaciones militares, a los servicios prestados durante el conflicto o al desempeño sostenido en condiciones de guerra. Estas distinciones no solo premiaban el mérito individual, sino que también cumplían una función simbólica y moral, reforzando la cohesión social y la memoria colectiva del esfuerzo bélico.


La Otra Mirada

El Dr. Ricardo I. Foster (1881-1959) siendo Ministro de Instrucción Pública y Fomento de la Intervención en 1936 en Rosario, Provincia de Santa Fe, República Argentina.

AGN, DDF, C.698. INV. 30364.

No es de extrañar que hoy en día llamemos a los altos funcionarios políticos en un campo específico de gestión "ministros", ya que el término proviene del inglés medio, derivado de la antigua palabra francesa ministre, originalmente en latín ministro, que significa "sirviente, asistente".

En la antigua Roma, los cargos políticos los ocupaban magistrados elegidos por los ciudadanos durante un año.

Esto fue así no solo en los cinco siglos del sistema republicano, es decir, los 5 siglos antes de Cristo, sino también en los siglos I, II y III d.C., aunque había emperadores en la cima del poder, se permitieron elecciones para los políticos que quedaban. Sin embargo, en los siglos IV y V d.C., el emperador se convirtió en una especie de monarca absoluto, prescindiendo en gran medida de políticos selectos.

Formó su gabinete de gobierno, apoyándose en sus servidores de confianza, sus "ministros", que se ocupaban de los diferentes campos de la gestión. Estos ministros, muchas veces fueron libertos imperiales, funcionarios imperiales que gozaban de la extrema confianza del emperador, y la legislación romana de la época los llama tanto ministros como ministeriales.

De ahí que las monarquías medievales posteriores hereden el concepto de bajo ministro imperial, es decir, servidor y administrador de un monarca que forma parte de su gabinete de gobierno y no un magistrado electo de un gobierno republicano. Y de ahí la evolución al sentido moderno de la palabra, para designar a los individuos que dirigen cada departamento en el que se divide el gobierno de un Estado.

Actualmente, un ministro es un político que encabeza un ministerio o departamento (educación, finanzas, salud, estado, guerra) que pertenece al gabinete del gobierno y trabaja bajo la autoridad de un primer ministro o presidente.

En algunos países como Estados Unidos y Reino Unido, se les conoce como secretarios o secretarios de estado, y hasta principios del siglo XXI, a los jefes de delegaciones diplomáticas también se les denominaba ministros.


Torneo de Bridge

Josefina de la Torre de Matienzo y el Dr. Matías Mackinlay Zapiola, una de las parejas del equipo que quedó en segundo lugar, en su encuentro con Zulema Calandrelli de Fawvety y Felipe Schweitzer.

Julio de 1939. AGN, DDF, INV. 157083.

El bridge se practica con una baraja francesa de 52 cartas y por parejas. No es un juego de azar, sino mental. Quien juega y piensa mejor gana, por eso se considera un desafío para la inteligencia y la resistencia de la mente.

Aunque el origen está en debate, el mundo lo ha jugado profesionalmente durante más de un siglo. Su antecesor es el Whist, el entretenimiento de las antiguas casas nobles inglesas y la corte francesa del siglo XVIII.

Bridge, como se lo conoce hoy, fue regulado globalmente por el multimillonario de Nueva York Harold Vanderbilt (1884-1970) en 1925. 

El empresario ferroviario fue el fundador de la Federación Mundial de Bridge y organizó el primer campeonato mundial.


Intercambio Cultural

El jurista francés Pierre Marie León Duguit (1859-1928) (5) y el médico francés Georges Fernand Isidor Widal (1862-1929) (7) visitan la Facultad de Derecho y el Hospital de Clínicas de Buenos Aires, Argentina.

Los acompañan los doctores Juan Agustín García (1862-1923) (2), Enrique Bazterrica (1858-1939) (3) y Nicanor de Elía Foster (1864-c.1941) (6). 9 de septiembre de 1911.

AGN, DDF, INV. 80094.

En 1911, el jurista francés León Duguit (1859-1928) realizó una conferencia en la Facultad de Derecho de la República Argentina, presentando sus innovadoras ideas sobre la libertad, los contratos y la propiedad como función social.

Su viaje puede considerarse como un ejemplo de los intercambios que tuvieron lugar entre Francia y América a principios del siglo XX.


Recambio Legislativo

Sr. Manuel Gigena, candidato a diputado en febrero de 1918 por radicales en la Provincia de Santa Fe, República Argentina.

AGN, DDF, C. 1897, INV. 108532.

Las elecciones legislativas de Argentina en 1918 se llevaron a cabo el 3 de marzo de ese año con el objetivo de renovar 60 de los 120 escaños de la Cámara de Diputados de la República Argentina para el período 1918-1922. Fueron las primeras elecciones parciales a las que tuvo que enfrentarse el gobierno de Hipólito Yrigoyen (1852-1933), de la Unión Cívica Radical (UCR) tras haber expulsado definitivamente del poder al Partido Nacional Autonomista (PAN) en las elecciones presidenciales de 1916.

En cuanto a la palabra diputado, es un participio pasivo del antiguo verbo francés députer, que significaba "representar a la autoridad", y desde el principio, este representante fue designado por una autoridad superior o el propio monarca, pero con el auge de las ideas demócratas que existieron en Francia durante algunas décadas antes de la toma de la Bastilla (1789), los diputados sucedieron a los representantes del nuevo soberano, el pueblo.


Nuevos Bachilleres

Nuevos bachilleres del Colegio Nacional anexo al Instituto N. del Profesorado.

E. Bagnati (1), C. Costa (2), J. Ferreira (3), Rector H. Lerbat (4), R. Nieto Moreno (5), A. Meluzzi (6), J. Laaz (7), R. Bastianini (8), Enrique V. Foster (9), A. Callegari (10), L. A. Alberti (11), J. Terrile (12), J.Y. Magnin (13), E. Teraferri (14), J. Dayer (15), R. Guasco (16), H. Gattini (17), A. Gordano (18), C. Berri (19), R. Panigazzi (20), C. Linistri (21),

AGN, DDF, INV. 231430. 29 de Octubre de 1910.

En la educación española de los siglos XIII al XVII o XVIII, el título de bachiller era el grado más bajo de estudios universitarios, lo que permitía ejercer una profesión sin necesidad de alcanzar los títulos de licenciatura y doctor. Se estudió en los colegios menores de las universidades.

En los países de habla inglesa, el título se ha mantenido como una licenciatura, mientras que en la mayoría de los países de habla hispana se ha convertido en un título adicional a la educación secundaria.


Dulce Velada

Nicanor de Elía Foster y su esposa Carolina del Carmen Micaela del Campo Lavalle (1871-?) en el Palacio de Elía situado en Rosario, Provincia de Santa Fe, República Argentina. c. 1930.

Luego de ejercer algunos años como abogado en Buenos Aires, hacia 1894, Nicanor de Elía Foster (1864-c.1945) arribó a la ciudad de Rosario donde posteriormente llevó a cabo contundentes juicios contra grandes empresas, lo que le permitió consolidar una importante fortuna.

La demostrada capacidad en el desarrollo de estos juicios que hace ganar a sus clientes, despierta el interés de muchas empresas comerciales y financieras, especialmente aquellas con capital extranjero, que en la década siguiente y sucesiva y sistemáticamente lo incorporan como asesor legal.

Allí en Rosario vivió toda su vida con su esposa Carolina del Carmen Micaela del Campo Lavalle (1871-?), hija del destacado escritor argentino Estanislao del Campo (1834-1880) y sobrina del militar y político Juan Lavalle (1797-1841).

Nicanor de Elía Foster (1864-c.1945) y su esposa residieron en el Palacio de Elía durante muchos años y formaban parte de esas familias tradicionales que buscaban un espacio exclusivo en la ciudad.


Revolución de 1893

Leandro N. Alem (1842-1896), con su clásica bata de seda cruda, junto a sus correligionarios Guillermo Leguizamón (1853-1922), Marcelo Torcuato de Alvear (1868-1942), Francisco Antonio Barroetaveña (1856-1933), Juan Posse (1839-1904), Martin Irigoyen, Joaquín Lejarza (1859-1917), Mariano Candioti (1857-1912) y Eleodoro Fierro y Torino (1840-1911).

Guillermo Leguizamón (1853-1922) era suegro de Celia Cecilia Foster (1889-c.1960) y ferviente partidario y amigo de Leandro N. Alem (1842-1896). En 1890 formó la Unión Cívica en la Provincia de Catamarca, y un año después participó en la creación del partido político Unión Cívica Radical.

AGN, DDF, INV. 88141. Noviembre de 1891.

A lo largo de la historia, son muchos los ejemplos de revoluciones que se han producido en diferentes países: Revolución Norteamericana de mediados del siglo XVIII, Revolución Francesa de 1789, Revoluciones de 1848 en Europa, Revolución China de 1911 a 1949, Revolución Rusa de 1917, Revolución Cubana de 1959 o Revolución Iraní de 1979, entre muchas otras.

La Revolución Radical en la República Argentina de 1893 fue una insurrección armada liderada por la Unión Cívica Radical contra el gobierno del Partido Nacional Autonomista personalizado en la figura del presidente Luis Sáenz Peña (1822-1907). Estuvo encabezado por Hipólito Yrigoyen (1852-1933) y Aristóbulo del Valle (1845-1896), primero, entre el 28 de julio y el 25 de agosto y luego continuó bajo el liderazgo de Leandro N. Alem (1842-1896) entre el 7 de septiembre y el 1 de octubre de 1893 en la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe.

Las consecuencias de la revolución no fueron pocas para ambos bandos y el gobierno de Luis Sáenz Peña (1822-1907) siguió debilitándose y fracturando hasta su dimisión un año y medio después. Por otro lado, dentro del radicalismo, los problemas internos se profundizaron y finalmente Leandro N. Alem (1842-1896), frustrado por la derrota de la revolución y las divisiones internas, decidió suicidarse el 1 de julio de 1896.


Discurso Inaugural

El Ministro de Instrucción Pública y Fomento, Dr. Ricardo I. Foster (1881-1959), se dirige a los presentes en 1936, expectante de su discurso en Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina.

AGN, DDF, C. INV. 30363.

La oratoria nació en Sicilia y se desarrolló principalmente en Grecia, donde fue considerado un instrumento para alcanzar prestigio y poder político. Había profesionales denominados logólogos que se encargaban de redactar discursos para los tribunales.

El más famoso de estos oradores fue Lisias (458-380 a.C.). Sin embargo, Sócrates (470 a.C.-399 a.C.) creó una famosa escuela de oratoria en Atenas que tenía un concepto más amplio y patriótico de la misión del orador, que tenía que ser un hombre culto y movido por altos ideales éticos para garantizar el progreso del Estado. En este tipo de oratoria, Demóstenes (384 a.C.-322 a.C.) llegó a ser considerado el mejor en su arte.

De Grecia, la oratoria pasó a la República Romana, donde Marco Tulio Cicerón (106 a.C.-43 a.C.) la perfeccionó. Sus discursos y tratados de oratoria nos han llegado casi completos.


Hasta que la Muerte los Separe

Boda de Horacio Foster Tezanos Pinto (c. 1905–1996) y María Angélica Otamendi Vidal (1908–1995), celebrada en la ciudad de Buenos Aires, República Argentina.

Acompañan a los contrayentes Enrique Vicente Foster Ponsati (1878), ubicado a la derecha de la fotografía, y Josefina Corina de Tezanos Pinto Torres Agüero (1879–1979), a la izquierda, en calidad de familiares directos, testigos y figuras centrales del entramado familiar.

Julio de 1935.
Archivo General de la Nación (Argentina).
AGN, Departamento Documentos Fotográficos (DDF), Caja 2276, Inventario 114452.

La primera evidencia registrada de ceremonias matrimoniales que formalizan la unión entre una mujer y un hombre se remonta aproximadamente al 2350 a. C. en la antigua Mesopotamia, donde el matrimonio aparece ya como una institución regulada dentro de la vida social y jurídica. Los códigos legales mesopotámicos, en particular el Código de Hammurabi (c. 1754 a. C.), dejan constancia de esta realidad al establecer normas precisas sobre la dote, la herencia, la fidelidad conyugal y las obligaciones entre los esposos. En uno de sus principios se afirma que «el matrimonio es un acuerdo que compromete a las familias tanto como a los individuos», revelando su carácter esencialmente contractual.

Durante los siglos posteriores, el matrimonio evolucionó hasta convertirse en una institución ampliamente adoptada por las principales civilizaciones de la Antigüedad, entre ellas los hebreos, griegos y romanos. En la tradición hebrea, el matrimonio era concebido como un pacto sagrado y comunitario, mientras que en la Grecia clásica predominó su función como mecanismo de continuidad del oikos (la casa y el linaje). En Roma, el derecho distinguía diversas formas de unión, pero todas compartían un objetivo común: asegurar la estabilidad social y la transmisión legítima del patrimonio.

Las fuentes antiguas revelan múltiples interpretaciones de la unión conyugal. Si bien existen testimonios de matrimonios motivados por el afecto, como los celebrados en la literatura clásica, lo más frecuente en la Antigüedad fueron los matrimonios concertados. El historiador griego Heródoto (c. 484–425 a. C.) observó que «los hombres se casan no tanto por elección personal, sino conforme a las costumbres y conveniencias de su pueblo», subrayando el peso de la tradición por sobre la voluntad individual.

En numerosas sociedades antiguas, el matrimonio fue entendido como un contrato privado entre el padre de la novia y el futuro esposo, sin que la mujer fuera considerada plenamente capaz desde el punto de vista legal. En el derecho romano primitivo, por ejemplo, la mujer pasaba de la autoridad paterna (patria potestas) a la del marido (manus), reflejando una estructura jurídica profundamente patriarcal. Como señala el jurista romano Gayo en sus Instituciones, «la mujer, aun siendo libre, permanece bajo tutela».

No obstante, esta concepción comenzó a transformarse lentamente a lo largo de los siglos. Con la modernidad y, especialmente, a partir del siglo XX, las ceremonias matrimoniales experimentaron una profunda resignificación. Las bodas dejaron de estar determinadas exclusivamente por la dote, la religión o el estatus social, para centrarse progresivamente en la voluntad de los contrayentes y el reconocimiento del vínculo afectivo.

El historiador francés Philippe Ariès sintetizó este proceso al afirmar que

«el matrimonio moderno ya no es únicamente una institución social; es, ante todo, una elección personal cargada de significado emocional.»
Philippe Ariès (1914–1984)

De este modo, el matrimonio pasó de ser un instrumento de orden social y continuidad patrimonial a convertirse, en gran medida, en una celebración del compromiso personal, reflejo de los cambios culturales, jurídicos y simbólicos que marcaron la sociedad contemporánea.


Un Viaje al Pasado

El Sr. Jorge O. Foster a bordo de la locomotora escocesa Neilson N.º 11 (1888), conocida como "Yatay", conservada por el Ferroclub Argentino, durante un viaje de rutina en la ciudad de Buenos Aires, República Argentina.
Colección privada de Jorge O. Foster.

La escena evoca uno de los símbolos más perdurables de la modernización argentina de fines del siglo XIX: el ferrocarril. Las locomotoras de origen británico, como la Neilson N.º 11, formaron parte esencial de la red ferroviaria que articuló el territorio nacional, facilitó el transporte de personas y mercancías y contribuyó decisivamente a la integración económica del país con los mercados internacionales.

Durante este período, el ferrocarril fue concebido no solo como un medio de transporte, sino como una herramienta de progreso, civilización y unidad nacional. Su expansión acompañó el crecimiento agroexportador y transformó radicalmente el paisaje, la vida cotidiana y las relaciones sociales, conectando regiones antes aisladas y dando origen a pueblos y ciudades a lo largo de las vías.

El estadista e historiador argentino Bartolomé Mitre sintetizó esta visión al afirmar:
«El ferrocarril es el instrumento más poderoso de la civilización moderna; donde llega, transforma el desierto en sociedad».

Bartolomé Mitre (1821–1906)

La preservación de locomotoras históricas como la Yatay y su utilización en viajes patrimoniales permiten hoy reconstruir la experiencia material del pasado, ofreciendo un vínculo tangible con la era en que el vapor y el acero simbolizaron el avance del mundo moderno y el ingreso de la Argentina en la economía global.

Los primeros ferrocarriles fueron construidos y pagados por los propietarios de las minas a las que servían.

A medida que se desarrolló la tecnología ferroviaria, se hicieron posibles líneas más largas, conectando minas con puntos de transbordo más distantes y prometiendo costos más bajos.

El primer ferrocarril público de transporte de pasajeros fue el Oystermouth Railway, autorizado en 1807.

La primera locomotora de ferrocarril a vapor fue presentada por Richard Trevithick (1771-1833) en 1804. Los diseños de Trevithick demostraron que la tracción a vapor era una propuesta viable, aunque el uso de sus locomotoras se abandonó rápidamente porque eran demasiado pesadas para las vías existentes.

La locomotora escocesa de la fotografía fue la primera locomotora conservada por el Ferroclub en 1982 y originalmente pertenecía al Ferrocarril del Nordeste Argentino, por lo que su trabajo fue principalmente en la Mesopotamia Argentina, luego con la nacionalización pasó a ser del Ferrocarril Urquiza.


Exploración al Norte Argentino

Comisión Exploradora Foster–Seelstrang (1875)

La Comisión Exploradora Foster–Seelstrang, activa hacia 1875, fue una de las tantas iniciativas privadas y semioficiales destinadas a reconocer, estudiar y cartografiar los territorios del norte argentino, en particular las extensas y poco documentadas regiones del Gran Chaco. La comisión estuvo integrada por Arthur von Seelstrang (1838–1896), ingeniero y explorador de origen europeo, y Enrique Foster (1842–1916), quienes desarrollaron tareas de reconocimiento territorial, evaluación de la calidad de los suelos y análisis de las condiciones naturales para futuros asentamientos.

La expedición se internó en zonas consideradas entonces inhóspitas y de difícil acceso, caracterizadas por un clima extremo, una densa vegetación y la presencia de pueblos originarios que defendían activamente sus territorios ancestrales. En este contexto, los trabajos de la comisión implicaron riesgos constantes para la integridad física de sus miembros, tanto por las condiciones naturales como por los conflictos derivados del avance de la frontera estatal sobre tierras indígenas.

Las imágenes que registran a la comisión junto a caciques aborígenes constituyen hoy un valioso documento histórico, al testimoniar los encuentros —a menudo tensos y ambiguos— entre exploradores, representantes del Estado o del capital privado, y las comunidades originarias. Estos contactos se produjeron en un período en el que el territorio chaqueño comenzaba a ser incorporado de manera sistemática al proyecto nacional argentino.

El contexto histórico de estas expediciones fue definido por el historiador argentino José María Rosa, quien señaló que
«la exploración del territorio fue, al mismo tiempo, una empresa científica, económica y política, inseparable del proceso de construcción del Estado nacional».

José María Rosa (1906–1991)

En este sentido, la labor de la Comisión Foster–Seelstrang debe entenderse como parte de un proceso más amplio de expansión territorial, en el que el conocimiento geográfico y la evaluación de recursos naturales se convirtieron en herramientas fundamentales para la ocupación, administración y transformación del espacio.

Hoy, estos registros permiten reflexionar críticamente sobre las dinámicas de exploración, contacto cultural y conflicto, y constituyen una fuente esencial para comprender tanto la historia del norte argentino como el impacto de estas expediciones en las poblaciones originarias.

Desde sus orígenes más remotos, la humanidad ha sentido la necesidad de explorar nuevos territorios en busca de alimentos, recursos y condiciones de vida favorables. Este impulso, inherente a la condición humana, estuvo presente ya en la prehistoria, cuando los primeros grupos humanos, cubiertos con pieles y dependientes de la caza y la recolección, se vieron obligados a desplazarse continuamente para asegurar su subsistencia. La exploración precedió así a la escritura, a las ciudades y a los Estados, convirtiéndose en uno de los motores fundamentales de la historia.

Aunque se desconoce la identidad de los primeros exploradores, la historia de las exploraciones puede rastrearse desde los albores de la civilización. Con el surgimiento de las sociedades organizadas, las expediciones comenzaron a responder a motivaciones económicas y comerciales, como la búsqueda de nuevas rutas, mercados y recursos estratégicos. Estas primeras exploraciones marcaron el tránsito de comunidades nómadas hacia economías más complejas y sistemas de producción estables.

En el mundo antiguo, los egipcios siguieron el curso del río Nilo en su expansión territorial. Durante el reinado del faraón Snefru (c. 2680 a. C.), se realizaron expediciones hacia Nubia con fines económicos y políticos. Más tarde, hacia el 1500 a. C., la reina Hatshepsut (c. 1507–1458 a. C.) envió una célebre expedición al país de Punt, en la región del Cuerno de África, en busca de incienso, mirra y otros bienes de alto valor ritual y comercial. Estas expediciones quedaron registradas en relieves y textos que evidencian el temprano interés egipcio por territorios lejanos.

Los griegos, por su parte, impulsaron la exploración marítima del Mediterráneo y del Mar Negro. En el siglo V a. C., Heródoto (c. 484–425 a. C.), considerado el primer gran historiador, dejó constancia de estos viajes y de sus propias observaciones en su obra Historias, donde afirmó:
«Mi propósito es que no caigan en el olvido las acciones de los hombres, ni las grandes y maravillosas obras realizadas por los griegos y los bárbaros».

Heródoto, Historias, Libro I

Los fenicios, hábiles navegantes y comerciantes, realizaron extensas travesías marítimas. Entre ellas se destaca el viaje de Himilcón (c. 450 a. C.), quien bordeó las costas de la actual Francia y alcanzó Cornualles, en el sur de Inglaterra, de donde los fenicios obtenían estaño, un recurso esencial para la fabricación de bronce.

Durante el período romano, la exploración continuó ligada al conocimiento del mundo natural. El erudito Plinio el Viejo (23–79 d. C.) dedicó su vida a observar y catalogar la naturaleza. Murió durante la erupción del Vesubio mientras intentaba estudiar el fenómeno, hecho narrado por su sobrino Plinio el Joven (61–c.112 d. C.), quien dejó un testimonio directo de la catástrofe, convertido hoy en una fuente histórica de primer orden.

Siglos más tarde, ya en el siglo XIX, la exploración adquirió un carácter sistemático y científico vinculado a la expansión de los Estados nacionales. En el extremo sur del continente americano, particularmente en la República Argentina, se organizaron expediciones oficiales destinadas a reconocer territorios poco conocidos. En este contexto se inscribe la Comisión Exploradora del Chaco, creada tras la promulgación de la Ley Nº 686, impulsada durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento (1811–1888), con el objetivo de evaluar la región norte del país y seleccionar áreas aptas para la fundación de pueblos y colonias.

Como resultado de estos trabajos, en 1876 se presentó un informe detallado ante el Ministerio correspondiente, en el que se describían exhaustivamente el territorio chaqueño, su flora, su fauna y sus condiciones naturales. Esta obra, considerada de incalculable valor histórico, constituyó una de las bases documentales para la incorporación del Chaco al proyecto nacional argentino.

En palabras del historiador argentino Tulio Halperin Donghi:
«La exploración del territorio fue una condición indispensable para transformar el espacio en nación».

Tulio Halperin Donghi (1926–2014)

Así, desde la prehistoria hasta la Edad Contemporánea, la exploración ha sido una constante que revela no solo la búsqueda de recursos, sino también el deseo humano de comprender, dominar y dar sentido al mundo que habita.


Un Banquete Especial

Raid Rosario–Buenos Aires (1913)

Los señores Mario Casas, Ricardo Uranga, Guillermo Windels, Ricardo Talbot, M. Olcese, Antonio Moré, Ricardo Arejón, C. Leguizamón y Horacio Delmonte, participantes del raid Rosario–Buenos Aires, retratados tras el banquete de homenaje ofrecido por la Sociedad Sportiva Rosarina.

Este tipo de banquetes constituía, a comienzos del siglo XX, una práctica social habitual destinada a celebrar hazañas deportivas y técnicas, reforzando el prestigio de los participantes y el papel de las instituciones organizadoras. En una etapa marcada por la modernización del transporte y el entusiasmo por las competencias de larga distancia, los raids simbolizaban el espíritu de progreso, resistencia física y dominio tecnológico que caracterizó a la Argentina de la Belle Époque.

La Sociedad Sportiva Rosarina, una de las entidades deportivas más relevantes del interior del país, actuó como promotora de estas actividades, consolidando a Rosario como un centro dinámico de sociabilidad, deporte y modernidad urbana.

Fecha: 21 de julio de 1913
Fuente: Archivo General de la Nación (Argentina), DDF, INV. 266462

La palabra banquete, en el sentido en que hoy la entendemos, procede del francés banquet, término que a su vez deriva del italiano banchetto, diminutivo de banco o banca, en alusión a los bancos dispuestos alrededor de una mesa para acomodar a un gran número de comensales. En su origen, el concepto no hacía referencia exclusivamente a la comida, sino al acto social de reunirse colectivamente, subrayando la dimensión comunitaria del evento.

El banquete constituye una de las prácticas ceremoniales más antiguas de la humanidad. Ya en las civilizaciones del Antiguo Egipto, Mesopotamia, Grecia y Roma, estas reuniones se organizaban como manifestaciones de hospitalidad, prestigio y jerarquía social, con una clara diferenciación respecto de la alimentación cotidiana. La opulencia del servicio, la abundancia de los alimentos y la puesta en escena simbólica distinguían al banquete como un acto excepcional.

El historiador griego Heródoto (c. 484–c. 425 a. C.), considerado el padre de la Historia, dejó testimonio de estas prácticas al describir las costumbres de los egipcios, señalando que
«en los festines, después de la comida, se recuerda a los comensales la fragilidad de la vida humana»
(Historias, Libro II), aludiendo al carácter ritual y reflexivo que acompañaba a estas celebraciones.

Las fuentes arqueológicas y textuales coinciden en que los banquetes egipcios se realizaban en comedores o jardines privados, donde plantas aromáticas, palmeras y estanques contribuían a crear un ambiente fresco y agradable. La anfitriona desempeñaba un papel central: elegía el menú, supervisaba su preparación, dirigía el servicio y presidía la celebración junto a su esposo, una práctica notablemente distinta a la de muchas sociedades orientales contemporáneas, donde las mujeres quedaban excluidas de las festividades públicas.

Los invitados, frecuentemente transportados en palanquines, eran recibidos con rituales de purificación, como el lavado de manos y pies. Durante el desarrollo del banquete, la comida era acompañada por música de liras, arpas y panderetas, así como por la actuación de bailarinas, acróbatas o mimos, y por el uso de coronas florales, elementos que reforzaban el carácter sensorial y simbólico del evento. Estas escenas han quedado inmortalizadas en pinturas murales de tumbas y relieves, que constituyen hoy valiosos documentos históricos.

A lo largo del tiempo, el banquete se consolidó como una herramienta de representación social y política. Como observó el historiador francés Georges Duby (1919–1996):
«Comer juntos nunca fue un acto neutro: es una forma de ordenar el mundo, de exhibir poder y de construir alianzas». Georges Duby, Le Moyen Âge et l'art de vivre, siglo XX.

Desde la Antigüedad hasta la Edad Contemporánea, el banquete ha servido para manifestar generosidad, riqueza y autoridad, así como para fortalecer vínculos, honrar méritos o sellar acuerdos. Celebrado de formas diversas según las culturas —desde reuniones familiares hasta grandes recepciones oficiales—, el banquete ha permanecido como un ritual universal de sociabilidad, en el que la mesa se convierte en escenario de memoria, poder e identidad colectiva.

Visita Presidencial

El Presidente de la República Argentina, Dr. Marcelo Torcuato de Alvear (1868–1942), durante una visita oficial a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, en el marco de los cursos académicos 1921–1922.

Acompañan al primer mandatario, de izquierda a derecha:

  1. Dr. Rafael Miguel Herrera Vegas (1868–1928), Ministro de Hacienda de la República Argentina.

  2. Dr. Marcelo T. de Alvear (1868–1942), Presidente de la Nación.

  3. Dr. Celestino Isidoro Marcó (1864–1940), Ministro de Justicia e Instrucción Pública.

  4. Dr. José Arce (1881–1968), Rector de la Universidad de Buenos Aires.

  5. Dr. Nicanor de Elía Foster (1864–c.1941), destacado jurista y representante legal de instituciones de relevancia nacional.

Fecha: 25 de agosto de 1923
Fuente: Archivo General de la Nación (AGN), Departamento Documentos Fotográficos (DDF), Inventario N.º 184030.

La visita del presidente Marcelo Torcuato de Alvear a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires reviste un especial significado político, académico e institucional en el marco de la Argentina de la década de 1920. Durante su presidencia (1922–1928), Alvear impulsó una relación estrecha entre el Estado y las universidades nacionales, entendidas como espacios clave para la formación de las élites dirigentes y la consolidación del orden republicano.

La presencia conjunta de autoridades del Poder Ejecutivo, ministros del gabinete nacional y del rectorado universitario refleja el lugar central que la educación superior ocupaba en el proyecto de modernización del país. En este período, la Facultad de Derecho era uno de los principales centros de formación de juristas, funcionarios y legisladores, y desempeñaba un rol fundamental en la estructuración del sistema jurídico y administrativo argentino.

Asimismo, la participación de Nicanor de Elía Foster como representante legal de instituciones relevantes de la época evidencia la articulación entre el ámbito académico, el ejercicio profesional del derecho y las estructuras del Estado. Este tipo de actos oficiales reforzaba el prestigio de la universidad pública y subrayaba su función como pilar de la vida cívica y del desarrollo institucional de la Nación.


Ceremonia & Cena de Gala

Cena de gala y baile celebrados en 1936 en la sede del Jockey Club de Rosario, en la Provincia de Santa Fe, República Argentina.

En la imagen se observa al Dr. Ricardo I. Foster (1881–1959) (2), Ministro de Instrucción Pública, acompañado por el Intendente Municipal de la ciudad de Rosario, Dr. Miguel Juan José Culaciati (1879–1970), y por la Sra. María Hortensia Rouillón Echesortu (1881–1960), figura destacada de la sociedad rosarina de la época.

El acto se inscribe en el marco de las ceremonias oficiales y eventos sociales de carácter institucional que caracterizaron la vida política y cultural de la ciudad durante la década de 1930, reflejando la estrecha vinculación entre las autoridades públicas, las instituciones civiles y los espacios de sociabilidad de las élites urbanas.

Durante la Semana de Rosario, el gran salón del Jockey Club de Rosario ofrecía un marco de intensa sociabilidad, caracterizado por un ambiente sostenido de conversaciones animadas y encuentros formales propios de la vida cultural y social de la ciudad en la década de 1930.

Entre los asistentes se encontraba la condesa de Castellane, Florinda Fernández Anchorena (1901–1995), nuera del destacado noble y diplomático francés Paul Ernest Boniface de Castellane (1867–1932), figura relevante de la aristocracia europea y de los vínculos culturales entre Francia y la Argentina.

Fecha: Sábado 19 de septiembre de 1936
Fuente: Archivo General de la Nación (AGN), Departamento de Documentos Fotográficos (DDF), Inventario N.º 125392.


Desfile frente al Palacio Municipal

El Dr. Ricardo I. Foster (1881–1959) (4), en su carácter de Ministro de Instrucción Pública, en compañía del Dr. Miguel Juan José Culaciati (1879–1970) (3), Intendente Municipal de la ciudad de Rosario, presencia el desfile oficial realizado frente al Palacio Municipal, con motivo de la Semana de Rosario, en la Provincia de Santa Fe, República Argentina.

Junto a las máximas autoridades civiles se identifican también: Natalio Ricardone (1), Carlos Solari (2), Jefe del Regimiento 11 con grado de Teniente Coronel, y Juan Cepeda (1869–1954) (5), Jefe de la Policía de Rosario.

El acto constituye un testimonio visual de la articulación entre el poder ejecutivo nacional, el gobierno municipal y las fuerzas armadas y de seguridad, en el marco de las celebraciones cívicas que caracterizaron la vida pública rosarina durante la década de 1930.

Fecha: Octubre de 1936
Fuente: Archivo General de la Nación (AGN), Departamento de Documentos Fotográficos (DDF), Inventario N.º 125390.

Si bien el origen de la tradición de celebrar determinadas fechas se remonta a los pueblos agrícolas de la Antigüedad, vinculados a los ciclos de siembra y cosecha, fue con el surgimiento de los Estados nacionales modernos cuando estas prácticas adquirieron un carácter sistemático y normativo. En ese contexto, se desarrollaron políticas deliberadas de secularización del calendario, orientadas a sustituir o resignificar las festividades religiosas mediante celebraciones de carácter cívico y político, destinadas a reforzar la identidad colectiva y la lealtad al poder estatal.

El historiador francés Jacques Le Goff subrayó que «el calendario no es un simple instrumento para medir el tiempo, sino una construcción cultural que organiza la memoria y el orden social», destacando así el papel central de las festividades en la estructuración de la vida comunitaria (Le Goff, Tiempo, trabajo y cultura en Occidente medieval).

Durante la Edad Media, las celebraciones constituían un elemento esencial de la vida social en un mundo en el que el calendario moderno aún no existía tal como lo conocemos hoy. La tierra y sus ritmos marcaban profundamente la existencia tanto de los habitantes rurales como urbanos. A ello se sumaban las festividades propias de cofradías y gremios, asociaciones y hermandades que articulaban la vida económica y religiosa de las ciudades; las ceremonias organizadas por señores y caballeros, destinadas a exhibir su poder, prestigio y fidelidad a la Corona; y aquellas celebraciones heredadas de antiguas tradiciones locales, practicadas desde tiempos inmemoriales.

El cronista y poeta medieval Jean Froissart describía estos acontecimientos como momentos en los que «el pueblo se reunía no solo para ver, sino para reconocerse a sí mismo en la magnificencia de sus señores», señalando el carácter simbólico y político de tales actos públicos (Crónicas, siglo XIV).

Diversos estudios estiman que, hacia el siglo XIII, el número de días festivos podía alcanzar hasta un tercio del total anual, lo que revela la centralidad del ocio ritualizado en las sociedades medievales. El historiador Johan Huizinga observó que «la vida medieval transcurría en una alternancia constante entre trabajo y celebración, donde la fiesta no era una excepción, sino una forma habitual de existencia» (El otoño de la Edad Media).

Entre estas festividades se encontraban también las celebraciones políticas, organizadas con motivo de la coronación de un nuevo monarca o la entrada solemne de un rey o noble victorioso en una ciudad. En tales ocasiones, el espacio urbano se transformaba: las calles se adornaban, se levantaban arcos triunfales efímeros y se convocaba a los vecinos a participar del acontecimiento. Estos rituales públicos funcionaban como una representación tangible del poder y, al mismo tiempo, como una manifestación de la fidelidad del pueblo hacia la autoridad constituida.

Como señalaba el cronista inglés Matthew Paris en el siglo XIII, «cuando el rey entra en la ciudad entre vítores y ornamentos, no solo se honra a la Corona, sino que se reafirma el pacto visible entre el soberano y sus súbditos» (Chronica Majora).

En este sentido, las celebraciones públicas no pueden entenderse únicamente como expresiones de júbilo colectivo, sino como herramientas fundamentales de legitimación política, construcción de memoria y afirmación identitaria, cuyo legado se proyecta hasta las conmemoraciones cívicas contemporáneas.


Los Nuevos Abogados

El Dr. Matías Mackinlay Zapiola, retratado el 16 de octubre de 1909, con motivo de su graduación como abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, una de las principales instituciones de educación superior de la República Argentina, país de América del Sur.

Este tipo de retratos formales era habitual a comienzos del siglo XX y cumplía una función tanto institucional como simbólica, ya que marcaba el ingreso de los nuevos profesionales al ejercicio del derecho y a la vida pública.

Fuente: Archivo General de la Nación (AGN), Departamento de Documentos Fotográficos (DDF), Caja 1841, Inventario N.º 98785.

Durante gran parte del siglo XIX, los abogados ejercían su profesión de manera individual o integrados en pequeños estudios, generalmente de carácter familiar o local. Este modelo respondía a una práctica jurídica basada en relaciones personales, clientelas reducidas y una estructura profesional poco institucionalizada.

Hacia finales del siglo XIX, este patrón comenzó a modificarse de forma significativa en los Estados Unidos de América, donde el crecimiento de la economía industrial, la expansión del comercio, el desarrollo del derecho corporativo y el aumento de la litigiosidad impulsaron la formación de despachos jurídicos de mayor escala. Estos nuevos estudios reunían a varios profesionales especializados y funcionaban bajo estructuras organizativas más complejas.

La experiencia estadounidense se convirtió rápidamente en un modelo de referencia, que fue adoptado primero en Europa y, posteriormente, en otros países con un alto grado de desarrollo del ejercicio profesional del derecho. Este proceso marcó el inicio de la transición hacia la abogacía moderna, caracterizada por la especialización, el trabajo colectivo y la institucionalización de la práctica jurídica.


Visita al Presidente

Los ejecutivos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y los miembros de la Junta Directiva de la Asociación de Clubes visitan al Presidente de la República Argentina.

El Presidente de la República Argentina, Dr. José María Guido (1910-1975) (2), recibe en su despacho de la Casa de Gobierno a los miembros de la Junta Directiva de la Asociación de Clubes, encabezada por el señor Walter Fuguet (4), y representantes del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), quienes los recibirán con motivo de la inauguración oficial de dicha asociación.

Entre los representantes del INTA se encuentra el ingeniero Hugo Foster (c.1910-1994) (7).

Miércoles 5 de junio de 1963. AGN, DDF, INV. 281825.


Palabras del Rector

Dr. Ricardo I. Foster (2) siendo rector de la Escuela Nacional de Comercio de Rosario hace uso de la palabra con motivo de la conferencia que pronunciara el Profesor Victor Orlando (1). 11 de octubre de 1924.

AGN, DDF, C. 2197, INV. 113042.

Si buscamos el origen etimológico de esta palabra, debemos dirigir nuestra atención al latín. Este sustantivo se escribe exactamente igual en dicho idioma. La podemos dividir en dos partes: rectus (recto o derecho) y el sufijo -tor (el que realiza la acción). Por lo tanto, su significado original es "el que rige" o, literalmente, "el que hace las cosas rectas".

Cuando hablamos del rector de una universidad, podemos definirlo como la máxima autoridad académica existente en el centro, quien se encarga de dirigirla, representarla y presidir los actos y órganos de la misma.


Inicios de la Comunidad Cristiana

Comisión Parroquial Pro-templo en 1939 junto a la Comisión de Damas de Las Carabelas, Buenos Aires, República Argentina.

Con el Dr. Carlos Roberto Foster (1898-1972) como presidente de la primera Comisión Parroquial Protemplo, se impulsó la formación de la comunidad cristiana de Las Carabelas en 1932-1933.


Reflejos de una Mirada

Sra. Cora Díaz de Vivar de Foster Tezanos Pinto (1913-2012), el 1 de Julio de 1938. 

AGN, DDF, C.3256, INV. 164649.

Las primeras fotografías se tomaron a principios del siglo XIX y durante el resto del siglo se desarrolló como una herramienta práctica.

Antes, la principal forma de preservar una imagen era a través de la pintura de retratos, y era costumbre que las personas en estos retratos encargados tradicionales tuvieran expresiones reflexivas y regias.

Cuando se introdujo la fotografía, la gente continuó la tradición de las expresiones serias porque les resultaba familiar y los ideales para capturar la imagen de alguien no habían cambiado mucho. Sin embargo, a medida que la tecnología fotográfica se hizo más accesible, la sonrisa comenzó a convertirse en la expresión más prevalente.


Residencia de la Sra. & el Sr. Thomas W. House

Thomas William House III (1877-1956) era nieto del Sr. Thomas William House (1814-1880), alcalde de Houston, Texas en 1862, y un veterano de la Revolución de Texas que brindó asistencia financiera a la Confederación durante la Guerra Civil estadounidense.

En Houston, Texas, Thomas William House III (1877-1956) manejó arrendamientos petroleros, fue el fundador de River Oaks y se casó con Bessie Forbes (1877-1946), bisnieta de Susannah Foster (1784-1865).


Juramento Judicial

Los jueces y camaristas juran una vez más contra la Constitución de 1921, por la de 1900 ante el Ministro de Instrucción Pública, Dr. Ricardo I. Foster (1881-1959) (2), en compañía del Ministro de Gobierno de Intervención, Dr. Juan G. Solá. (3). Rosario, Provincia de Santa Fe, República Argentina. 

Octubre de 1935. AGN, DDF, INV. 134600.

La reforma de la Constitución no fue algo nuevo en la Provincia de Santa Fe y entre 1853 y 1900 hubo seis reformas con un promedio de una cada diez años. Más de un historiador considera que las aceleradas transformaciones en la provincia durante todos estos años requirieron adecuar los instrumentos legales a los nuevos escenarios sociales y políticos.

La Constitución de 1921 es reconocida como una de las reformas más progresistas de su época en Argentina, adelantada en América Latina y atribuida al constitucionalismo social, como la Constitución de México de 1917 y la Constitución de Weimar de 1919. Anteriormente en la República Argentina, consagró los derechos de los trabajadores y los más necesitados y garantizó la estabilidad del empleado público.

Estableció las bases de un régimen económico y laboral de vanguardia: consolidó la jornada máxima de trabajo y el salario mínimo; destinó una parte de los ingresos fiscales a la construcción de viviendas para los trabajadores.


Conferencia en la Universidad

El Dr. Ricardo I. Foster (1881-1959), imparte una conferencia en la Universidad de Montevideo el 2 de octubre de 1928 sobre el desarrollo de la ciudad de Rosario en la Provincia de Santa Fe, a estudiantes universitarios argentinos.

AGN, DDF, C. 698, INV. 117185.

Los orígenes de las conferencias probablemente deberían buscarse en la mayéutica y la docencia universitaria, casos en los que un ponente buscaba centrar su exposición en una determinada cuestión, diferenciando los diferentes elementos o aspectos allí presentes, y confrontando distintas hipótesis o diferentes enfoques, etc.

A partir del siglo XX, también designó un encuentro entre diplomáticos, así como un encuentro entre especialistas, así como una presentación de un experto dirigida a laicos o sus colegas. Algunas de estas reuniones obtuvieron claramente notoriedad internacional.


Década de Oro

Juan José Maril (1918-1971), futbolista argentino que formó parte de los recordados planteles del Club Ferro Carril Oeste y del Club Atlético Independiente en la década de 1930. Diario La Prensa, República Argentina.

Cuando viajamos en el tiempo, ya en el siglo III a.C., en los manuales militares de China se mencionan juegos muy similares al fútbol.

La dinastía Han (206 a.C.-220 d.C) jugaba un juego llamado Tsu 'Chu, que consistía en patear una pelota a través de una abertura de 30-40 cm y en lo que ahora vemos como una portería hecha de palos con una red adjunta. La pelota utilizada durante estos juegos era de cuero y estaba rellena de pelo y plumas.

Más tarde, los griegos inventaron el "Harpastum", un juego que usaba una pelota más pequeña que la que se usa en el fútbol, ​​pero que tenía reglas similares a las del juego moderno. El juego se llevó a cabo en un campo rectangular marcado por límites y una línea central y el objetivo era que un equipo pasara el balón por encima de la línea del límite de su competidor.

Basándonos en lo que sabemos sobre la historia de los juegos de pelota, podemos ver claramente el efecto que las diferentes culturas y variaciones han tenido en el juego que jugamos hoy.

Los registros muestran que, en 1314, el alcalde de Londres prohibió el fútbol en la ciudad porque causaba caos.

Durante los 100 años que Inglaterra y Francia estuvieron en guerra, los reyes Eduardo II (1284-1327), Ricardo II (1367-1400), Enrique IV (1367-1413) y Enrique V (1386-1422) declararon ilegal el juego en todo el Reino Unido al "quitar el foco de la práctica de las disciplinas militares", lo que se consideró más útil.

A pesar de la oposición al juego, el fútbol prosperó en Gran Bretaña desde los siglos VIII al XIX, sin embargo, una versión estandarizada del juego seguía siendo una rareza, ya que las versiones regionales a menudo ganaban el favor.

No fue hasta principios de 1800 que jugar fútbol en las escuelas se convirtió en la norma, comenzando en las escuelas públicas. Los orígenes modernos del fútbol comenzaron en Inglaterra hace más de 100 años, en 1863.

La difusión del fútbol fuera del Reino Unido fue lenta al principio, pero pronto llegó a todos los rincones del mundo. Holanda y Dinamarca formaron sus propias asociaciones de fútbol en 1889, seguidas de Nueva Zelanda en 1891, Argentina en 1893 y Chile, Suiza y Bélgica en 1895. Italia fue el siguiente, que formó su asociación en 1898. Detrás estaban Alemania y Uruguay en 1900. En la próxima década, Hungría y Finlandia también formarían asociaciones.


Crónicas Ferroviarias

Ubicada en el departamento de Rancul en la provincia de La Pampa, República Argentina, esta estación de trenes fue inaugurada por el ex Ferrocarril del Oeste (FCO) el 20 de octubre de 1927 y lleva el nombre del ingeniero Franck Foster, quien fue presidente del Ferrocarril del Oeste (FCO) durante diez años. 

El origen del ferrocarril podría remontarse a la civilización egipcia y la época grecorromana, pero será en el siglo XVI cuando los mineros alemanes mediante transporte subterráneo realizaran con vagones que se apoyaban en dos series de maderas planas que comienzan para dar forma al nacimiento del ferrocarril como tal.

En el siglo XVIII será cuando se sustituyan las vigas por largos lingotes de hierro, al mismo tiempo que se introduce la rueda con llanta o armazón metálico.

Tras el descubrimiento de la máquina de vapor por James Watt (1736-1819) en 1770, la primera locomotora de vapor fue construida por Richard Trevithick (1735-1797) el 13 de abril de 1771 en Inglaterra, cuya tarea era transportar pasajeros, por primera vez en el mundo, a una velocidad superior al paso del hombre.

La primera línea ferroviaria del mundo se inauguró el 15 de abril de 1830 en Inglaterra, uniendo las ciudades de Liverpool con Manchester. En esta vía férrea, la locomotora utilizada para realizar el transporte era capaz de alcanzar una velocidad de 16 km/h.

Será con esta locomotora cuando se empiecen a sentar las bases de la tracción a vapor hasta el día de hoy.


Los Años Maravillosos

Sra. Leonor R. Foster (1946-2022) vestida de quinceañera en abril de 1961. Colección Privada de Jorge O. Foster.

Los vestidos de mujer en la década de 1950 eran elegantes y femeninos, pero usaban mucha tela. Estaban bien estructurados y combinaban líneas elegantes.

Las mujeres tenían cuidado con los accesorios a la hora de vestirse y usaban zapatos elegantes o sencillos. Sin embargo, los zapatos planos eran tan populares como los tacones.


Recepción en la Casa de Gobierno

Dr. Ricardo I. Foster (1881–1959) durante la recepción oficial ofrecida en la Casa de Gobierno de la Provincia de Santa Fe, República Argentina, acompañado por la periodista Elvira Palacios y la Sra. de Rodríguez, entre otros asistentes.
Archivo General de la Nación (AGN), DDF, Caja 112, Inventario 6259. 

Las recepciones oficiales en las casas de gobierno provinciales constituían, durante la primera mitad del siglo XX, espacios clave de sociabilidad política, institucional y cultural, donde confluían funcionarios públicos, representantes del ámbito intelectual, periodístico y social. Estos encuentros cumplían una función simbólica fundamental: reforzar los vínculos entre el poder político y los actores influyentes de la opinión pública.

La presencia del Dr. Ricardo I. Foster (2), destacado funcionario del ámbito educativo y cultural, refleja el reconocimiento institucional de su trayectoria y su participación activa en los debates públicos de la época. La inclusión de la periodista Elvira Palacios (3) subraya, además, el creciente rol del periodismo como mediador entre el Estado y la sociedad civil en la Argentina moderna.


Un Nuevo Comienzo

Monseñor Vicente Carmelo Desimone (1919–2014) administra el sacramento del bautismo a la Sra. S. M. Foster (n. 1969) el 13 de diciembre de 1975, en la Parroquia San Pedro Apóstol, ciudad de Buenos Aires, República Argentina.
Colección privada de Jorge O. Foster

El bautismo, uno de los ritos fundamentales del cristianismo, ha sido históricamente entendido como un acto de iniciación espiritual, pertenencia comunitaria y continuidad familiar. Desde la Antigüedad tardía y a lo largo de la Edad Media, este sacramento adquirió además un valor documental, ya que los registros parroquiales de bautismos, matrimonios y defunciones constituyen hoy una de las principales fuentes para la reconstrucción genealógica y social de las familias.

En la Argentina del siglo XX, las ceremonias bautismales conservaron su carácter simbólico como hitos de identidad, integrando tradición religiosa, memoria familiar y vida comunitaria. La figura de Monseñor Vicente Carmelo Desimone, destacado pastor de la Iglesia católica argentina, aporta al acto una dimensión institucional y pastoral que refuerza el valor histórico de la escena registrada.

Como señalara el historiador francés Marc Bloch (1886–1944):

«La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado.»
Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador

Este acontecimiento íntimo, preservado en una colección privada, se inscribe así en una cadena de memoria intergeneracional, donde los gestos cotidianos adquieren significado histórico al ser conservados, documentados y transmitidos.


Palacio de Elía Foster 

Palacio perteneciente al Dr. Nicanor de Elía Foster (1864–c.1941) y a su esposa Carolina del Campo Lavalle (1872–c.1960), hija del poeta, militar y periodista argentino Estanislao del Campo (1834–1880).
La residencia se encontraba ubicada en la Avenida Boulevard Oroño y Mendoza, en la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe, República Argentina.

Construido en el contexto de la gran expansión urbana rosarina de fines del siglo XIX y comienzos del XX, el Palacio de Elía Foster formó parte del conjunto de residencias señoriales que definieron el perfil aristocrático del Boulevard Oroño, una de las arterias más emblemáticas de la ciudad. Estas mansiones reflejaban la prosperidad económica, la influencia cultural europea y el ideal de modernidad que caracterizó a las élites urbanas argentinas durante el período conocido como la Argentina próspera.

El palacio no solo cumplía una función residencial, sino que también operaba como espacio de sociabilidad, escenario de encuentros culturales, recepciones y reuniones que reforzaban los lazos entre política, derecho y cultura. En este sentido, la arquitectura doméstica se convertía en una extensión del prestigio social y del capital simbólico de sus propietarios.

El historiador y sociólogo argentino José Luis Romero destacó este fenómeno al señalar:
«La ciudad moderna fue también el escenario donde las élites buscaron expresar, a través de la arquitectura y los usos sociales del espacio, su concepción del progreso y del orden».

José Luis Romero (1909–1977)

Hoy, la memoria del Palacio de Elía Foster permite comprender no solo la historia de una familia, sino también el proceso más amplio de construcción de identidades urbanas, en el que la arquitectura residencial funcionó como testimonio material de una época de optimismo, consolidación institucional y fuerte proyección internacional de la Argentina.

El palacio del Dr. Nicanor de Elía Foster (1864–c.1941) fue diseñado a comienzos del siglo XX por el arquitecto inglés Charles Evans Medhurst Thomas, cuya obra se inscribe dentro de la tradición arquitectónica europea introducida en las principales ciudades argentinas durante el período de modernización urbana y expansión económica.

En 1943, la propiedad pasó a manos de Federico Alabern, reflejando los cambios en la titularidad y el uso de muchas residencias señoriales de Rosario a mediados del siglo XX. Sin embargo, el proceso de transformación urbana y la presión inmobiliaria sobre el área del Boulevard Oroño condujeron a la pérdida de gran parte del patrimonio arquitectónico histórico de la ciudad.

Los trabajos de demolición del edificio se iniciaron en 1967, y poco tiempo después se erigió en el solar el denominado Edificio Kennedy, ejemplo del nuevo modelo edilicio de mayor densidad que caracterizó a la segunda mitad del siglo XX.

Este proceso ilustra una tendencia recurrente en numerosas ciudades latinoamericanas, donde la modernización urbana implicó, en muchos casos, la sustitución de residencias históricas por construcciones de tipología moderna, con la consiguiente pérdida de testimonios materiales fundamentales para la comprensión del pasado urbano.


Fiesta de Disfraces

Rosario, c. 1925

Isabel Casas de Elía y un grupo de amigas retratadas durante una fiesta de disfraces celebrada en el palacio ubicado en la intersección del Boulevard Oroño y calle Mendoza, en la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe, República Argentina. La imagen, realizada en gelatina sobre papel, corresponde aproximadamente al año 1925, período de intensa vida social y cultural en la ciudad.

Las fiestas de disfraces constituyeron, en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX, una forma de sociabilidad característica de los sectores urbanos acomodados, influenciada por modelos europeos —especialmente franceses e italianos— y por una cultura cosmopolita asociada al crecimiento económico del país. Estos eventos combinaban entretenimiento, representación simbólica y exhibición social, y se desarrollaban con frecuencia en residencias privadas de gran porte, concebidas como escenarios de la vida pública y privada de la élite.

Como señalaba el sociólogo Georg Simmel (1858–1918), al analizar las formas de sociabilidad moderna:
«La sociabilidad es el juego puro de la asociación, donde los individuos se reúnen no por un fin práctico, sino por el placer mismo de la interacción».

Georg Simmel, Sociología, comienzos del siglo XX

En este sentido, la fiesta de disfraces no solo funcionaba como espacio de recreación, sino también como un ritual social, en el que el uso del disfraz permitía una momentánea inversión de identidades y roles, reforzando al mismo tiempo los lazos de pertenencia y distinción social.

La elección del Boulevard Oroño como escenario no es casual: desde fines del siglo XIX, esta avenida se consolidó como uno de los ejes residenciales más prestigiosos de Rosario, concentrando palacios y residencias de familias influyentes. La fotografía constituye así un documento visual de la vida cotidiana de la élite rosarina, revelando prácticas culturales, modas y formas de sociabilidad propias de la Argentina de entreguerras.

Con la aparición del Homo sapiens, la vestimenta surgió como una necesidad básica de protección, inicialmente mediante el uso de pieles de animales obtenidas por la caza, destinadas a resguardar el cuerpo frente al clima, el entorno y otros factores adversos. Sin embargo, desde sus orígenes, el acto de vestirse trascendió la mera función utilitaria y comenzó a adquirir significados simbólicos y culturales, convirtiéndose progresivamente en un elemento constitutivo de la identidad humana.

A lo largo de la historia, la indumentaria evolucionó en estrecha relación con las transformaciones sociales. Durante la Edad Media, la vestimenta estuvo rigurosamente regulada según la posición social, al punto de que existieron leyes suntuarias que restringían el uso de determinadas telas, colores y ornamentos exclusivamente a la nobleza. Estas normas buscaban preservar el orden jerárquico y hacer visible la diferencia entre los estamentos sociales.

El historiador medieval Georges Duby observó que
«en la sociedad feudal, el vestido hablaba antes que el hombre, anunciando su rango y su función dentro del orden social».

Georges Duby (1919–1996)

Hacia fines del siglo XIII, la exhibición de riqueza a través de la ropa se consolidó en Europa como una práctica socialmente aceptada y valorada, transformando la indumentaria en un poderoso medio de distinción simbólica. Vestirse dejó de ser únicamente una necesidad para convertirse en una forma de comunicación visual que expresaba cultura, decoro, estándares morales, estatus económico y poder social.

En este sentido, el sociólogo Thorstein Veblen (1857–1929) afirmó que
«el consumo visible de bienes, entre ellos la vestimenta, se convierte en un medio para exhibir posición y prestigio dentro de la comunidad».

Thorstein Veblen, The Theory of the Leisure Class, 1899

La indumentaria pasó así a desempeñar un rol central en la construcción y negociación de las relaciones sociales, reforzando las diferencias de clase y actuando como un lenguaje no verbal ampliamente reconocido.

El siglo XVIII marcó un punto de inflexión con la Revolución Industrial, que introdujo innovaciones técnicas decisivas en la producción textil. El aumento masivo de la fabricación de telas y prendas provocó una reducción significativa de los costos, ampliando el acceso a una mayor variedad de ropa. Como consecuencia, incluso los sectores más humildes comenzaron a incorporar prendas de mejor calidad y diversidad, modificando profundamente los patrones de consumo y apariencia.

Este proceso sentó las bases para el surgimiento, en el siglo XIX, de la alta costura, un fenómeno en el que modistos y diseñadores comenzaron a crear estilos diferenciados, imponer tendencias y concebir la moda como una forma de expresión artística. La vestimenta se consolidó entonces no solo como reflejo de la sociedad, sino también como motor cultural, capaz de influir en gustos, comportamientos y aspiraciones.

Como señaló el historiador de la moda James Laver:
«La ropa no solo cubre el cuerpo: revela la época, la mentalidad y los valores de quienes la usan».

James Laver (1899–1975)

De este modo, la historia de la vestimenta se presenta como un espejo privilegiado de la evolución humana, en el que convergen necesidad, simbolismo, tecnología y arte.


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