- 95 d.C -
Isla de Patmos, Mar Egeo
Grecia
Mucho se ha escrito sobre Juan (c. 6 d.C.-c. 100 d.C.), uno de los discípulos amados de Jesucristo y uno de los principales líderes de la Iglesia. Se dedicó apasionadamente a la proclamación de la Verdad y escribió cinco libros del Nuevo Testamento (Evangelio de Juan, cartas 1, 2 y 3 Juan, y el Apocalipsis), pero probablemente habría sido el primero en señalar que todo lo que había hecho en la vida era poco comparado con lo que Jesús hizo por él.
El apóstol Pablo (c. 5-c. 64/65 d.C.), años después de su conversión, lo menciona como pilar de la iglesia de Jerusalén, junto con Santiago de Zebedeo (c.2 -44 d.C) y Pedro (finales del siglo I a. C. - c. 64 o 67 d. C.) en el libro de los Hechos de los Apóstoles del Nuevo Testamento. Sin embargo, la última referencia bíblica sitúa a Juan en la isla de Patmos durante su exilio, donde recibió la revelación de Jesucristo y escribió el Apocalipsis hacia el año 95 d.C.
Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono; y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. (Apocalipsis 1:4-6)
Carta escrita alrededor del 95 d.C. por Juan, inspirado por el Espíritu Santo, a las siete iglesias (Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea) que había en la provincia romana de Asia durante su exilio en la isla de Patmos.
El Exilio del Discípulo Amado
En la antigüedad, Patmos era un lugar rocoso, alejado del resto del Imperio Romano, donde se enviaba a prisioneros al exilio por sus creencias o causas políticas.
Respecto a los años que siguieron a los hechos narrados en los Hechos de los Apóstoles, los escritos antiguos sitúan el ministerio de Juan en Éfeso, con un período de exilio de aproximadamente 18 meses en la isla de Patmos.
Ireneo de Lyon (c. 130-c. 202 d.C.)
escribió en varias ocasiones sobre "Juan, discípulo del Señor", identificándolo con el discípulo a quien Jesús amaba y refiriéndose a su estancia en Éfeso hasta la época del emperador Trajano (53-117 d.C): «... Finalmente Juan, el discípulo del Señor "que se había recostado sobre el pecho de Jesús", escribió el Evangelio mientras residía en Éfeso [...]» e Ireneo de Lyon continúa, «[...] todos los presbíteros de Asia que, viviendo alrededor de Juan, lo supieron de él, ya que vivió con ellos hasta los tiempos del emperador Trajano. Algunos de ellos vieron no solo a Juan, sino también a otros Apóstoles, a quienes han escuchado decir lo mismo.»
El hecho de que Juan sobreviviera indica el tipo único de sufrimiento que soportó. Todos los demás apóstoles de Jesús sufrieron y murieron; Juan sufrió y vivió hasta una edad avanzada. Aunque no fue un mártir, su vida mostró las cualidades de un verdadero discípulo y sólo escapó del martirio gracias a la intervención de Dios en varias ocasiones.
Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. (Apocalipsis 1:9)
Carta escrita alrededor del 95 d.C. por Juan, inspirado por el Espíritu Santo, a las siete iglesias (Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea) que había en la provincia romana de Asia durante su exilio en la isla de Patmos.
En la época de Juan, el emperador Domiciano (51 - 96 d.C), que gobernó del 81 al 96 d.C., se había proclamado dios y señor y exigía ser adorado. Las fuentes clásicas lo describen como un tirano cruel y paranoico, situándolo entre los emperadores más odiados al comparar su vileza con la de Calígula (12 - 41 d.C) o incluso con la de Nerón (37-68 d.C).
En el año 89 d.C. se construyó en la ciudad de Éfeso un templo dedicado al culto a Domiciano, principal centro de culto a Diana, la diosa virgen de la caza y protectora de la naturaleza según la mitología romana. La oposición de Juan al culto del emperador y de Diana fue, quizás, la razón por la que fue exiliado a la isla de Patmos en el año 95 d.C.
Eusebio de Cesarea (260/265-339), en su Historia Eclesiástica (Libro III, capítulo 17 y 18), dice que "Domiciano dio pruebas de una gran crueldad para con muchos, dando muerte sin un juicio razonable a no pequeño número de patricios y de hombres ilustres, y castigando con el destierro fuera de las fronteras y confiscación de bienes a otros innumerables personajes sin causa alguna. Terminó por constituirse a sí mismo sucesor de Nerón en la animosidad y guerra contra Dios. Efectivamente, él fue el segundo en promover la persecución contra nosotros (los cristianos) a pesar de que su padre Vespasiano nada malo había planeado contra nosotros. Es tradición que, en este tiempo, el apóstol y evangelista Juan, que aún vivía, por haber dado testimonio del Verbo de Dios, fue condenado a habitar en la isla de Patmos".
Los escritores cristianos antiguos señalaron a Domiciano como el segundo emperador romano en perseguir a los cristianos, después de Nerón. De hecho, muchos investigadores coinciden en la hipótesis de que el Apocalipsis fue escrito durante el gobierno de Domiciano como reacción a la intolerancia religiosa del emperador.
Mientras que el emperador se hacía llamar Domiciano dominus et deus ("señor y dios Domiciano"), en Apocalipsis 1:8 Juan lleno del Espíritu Santo escribió: Εγω ειμαι το Α και το Ω, αρχη και τελος, λεγει ο Κυριος (Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, dice el Señor), y expresaba así una convicción que ya había aparecido bien explicada dos décadas antes: «un solo Señor» (Efesios 4:5).
El exilio de Juan, el discípulo amado de Jesucristo de la ciudad de Éfeso a la isla de Patmos, y la ejecución del senador romano Tito Flavio Clemente (50-95), perteneciente a la dinastía Flavia y considerado tradicionalmente cristiano, son ejemplos de la persecución que se habría producido en aquella época. Según el historiador romano del siglo II Lucio Casio Dión (67.14.1-2), que escribió una historia de Roma desde los orígenes hasta su época que ha llegado parcialmente hasta nuestros días: Flavia Domitila, dama romana del siglo I (esposa de Tito Flavio Clemente, miembro de la dinastía Flavia, y sobrina de los emperadores Tito y Domiciano), y Tito Flavio Clemente se declararon cristianos, fueron acusados de ateísmo y condenados. Flavio Clemente fue ejecutado y Domitila fue desterrada a la isla de Pandataria (actual isla Ventotene, Italia).
De hecho, Tertuliano (160-240 d.C), un prolífico autor primitivo y uno de los primeros apologistas cristianos, en su tratado de derecho romano De praescriptione haereticorum XXXVI, afirmó que Juan sufrió el martirio sin morir en Roma, en un caldero de aceite hirviendo. Según este relato milenario de la Iglesia, el martirio habría tenido lugar aproximadamente entre los años 91 y 95, en las proximidades de la Porta Latina, en las murallas aurelianas de la antigua Roma. Aunque Juan habría salido ileso, el emperador Domiciano habría considerado este prodigio como una especie de magia y, al no atreverse a intentar ningún otro tipo de ejecución, habría desterrado a Juan a la isla de Patmos.
Jerónimo de Estridón (c. 342/347-420 d.C.) también conoció la historia del martirio de Juan en el caldero de aceite hirviendo en Roma y su exilio en Patmos, como lo refiere en su Commentariorum in Evangelium Matthaei XX, al explicar el pasaje en el que Jesús predice a los dos hijos de Zebedeo que beberían el mismo cáliz que él.
La tradición se refiere todavía a otros incidentes. Según Apolonio de Tiana (3 a. C. - c.97 d.C), Juan resucitó a un hombre muerto en Éfeso. (Eus., V, 18). Finalmente, diversos escritos antiguos dicen que el discípulo amado habría bebido una copa de veneno sin ningún daño para su salud.
Como señalan algunos historiadores, la acusación de ateísmo en la historia del Imperio Romano se refería frecuentemente a la negativa a adorar a los dioses romanos en general y a reconocer el origen divino del emperador en particular.
Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna. Hijitos, guardaos de los ídolos. Amén. (1 Juan 5:20-21)
Primera epístola de Juan del Nuevo Testamento destinada a las comunidades cristianas de Asia Menor.
Tras el asesinato del emperador romano Domiciano, quien se hacía llamar dios y señor, el 18 de septiembre del 96 d.C., Juan habría regresado a Éfeso, durante el breve reinado del emperador Marco Coceyo Nerva (30-98 d.C). Eusebio de Cesarea (260/265-339) informa que las sentencias de Domiciano fueron anuladas y el Senado romano decretó el regreso de quienes habían sido injustamente exiliados, así como la restauración de sus propiedades.
La permanencia del discípulo Juan en Éfeso también es conocida por Clemente de Alejandría (c. 150 - c. 215 d.C.), quien relata que "Juan, después de la muerte del tirano (Domiciano), regresó de la isla de Patmos a Éfeso".
Después del Exilio en Patmos
Y siguiendo con la historia de la vida del apóstol Juan. Pronto asumió el papel de director y obispo de las numerosas y florecientes comunidades que poblaban la provincia romana de Asia. "Visitaba las iglesias, dice Clemente de Alejandría, establecía obispos, arreglaba los asuntos."
Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica también dice que "En aquel tiempo el apóstol Juan, a quien Jesús amaba, todavía vivía en Asia, y gobernaba las iglesias de la región, después de regresar del exilio después de la muerte de Domiciano". Justino Mártir (c. 100 – c. 165 d.C.), uno de los primeros apologistas griegos que escribió en defensa del cristianismo, en su "Diálogo con Trifón" (Capítulo 81). Dice que "Juan, uno de los apóstoles de Cristo", fue un testigo que vivió "con nosotros", esto es, en Éfeso.
De hecho, los Padres de la Iglesia nos han conservado del ministerio de Juan en Asia Menor varios incidentes interesantes y propios para caracterizar al apóstol. Ireneo de Lyon (Contra las herejías, III, 3) cuenta, a partir del testimonio de Policarpo de Esmirna (69-155), discípulo de Juan, que un día éste había entrado en una casa de baños (termas romanas) en Éfeso, y habiendo percibido a Cerinto que se hallaba allí, salió rápidamente y dijo a los que lo rodeaban: "Huyamos, no sea que se desplome la casa en que se halla Cerinto, el enemigo de la verdad."
Cerinto (c. 50-100 d.C) fue un líder de una secta de finales del siglo I y principios del II, una rama de los ebionitas, similar al gnosticismo en algunos aspectos y muestra la amplia gama de conclusiones a las que se podía llegar a partir de la vida y las enseñanzas de Jesús. Se cree que escribió un evangelio contra Juan y sus enseñanzas. No sólo fue contemporáneo suyo, sino que lo persiguió con esmero y trató de suplantarlo.
Eusebio relata esta anécdota dos veces (Historia Eclesiástica, III, 28 y IV, 14), que hace remontar también por Ireneo a Policarpo. El incidente está completamente en armonía con el carácter del discípulo que, en su juventud, prohibió a un hombre expulsar demonios porque no seguía a Jesús. Y lo que Juan mismo practicaba, lo prescribía a otros (2 Juan 10:11).
Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.
¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? (1 Juan 5:1-5)
Primera epístola de Juan del Nuevo Testamento destinada a las comunidades cristianas de Asia Menor.
¡Detente, Cristo me ha Enviado!
Por su parte, Clemente de Alejandría (c. 150-c. 215 d.C.) señala en su obra que tituló, ¿Quién es el rico que se salva? (cap. 42) y, después de él, Eusebio (III, 23), relatan una narración valiosísima para quienes gustan de oír cosas bellas y provechosas, ejemplo conmovedor del amor y fidelidad con que Juan cumplió los deberes de su apostolado, trasmitida y guardada en la memoria. Tómala, pues, y lee lo que allí escribió:
"Efectivamente, después que murió el tirano (Domiciano), Juan se trasladó de la isla de Patmos a Éfeso. De aquí solía partir, cuando lo llamaban, hacia las vecinas regiones paganas para establecer obispos, ordenar la disciplina de las iglesias y traer al pastorado aquellos que le fueron designados por el Espíritu Santo. Vino, pues, a una ciudad no muy apartada de Éfeso y cuyo nombre algunos mencionan incluso. Después de consolar a los hermanos, percibió en la asamblea a un joven de bastante estatura, de aspecto agradable y dotado de alma encendida, fijó su mirada en el rostro del obispo instituido sobre la comunidad y dijo:
"Yo te confío éste joven con todo interés, en presencia de la iglesia y con Cristo como testigo." Luego regresó a Éfeso, y el presbítero se llevó a casa al joven que se le había confiado y allí lo mantuvo, le rodeó de afecto y, por último, lo bautizó. Después, puso menos celo en sus cuidados y su vigilancia, pensando que el sello del Señor que le había impuesto era la perfecta salvaguardia.
Pero el joven, suelto demasiado pronto, se dejó corromper por camaradas ociosos, desviados y acostumbrados al mal, quienes le arrastraron primeramente a numerosos y suntuosos banquetes, y acabaron por asociarlo a sus expediciones nocturnas para asaltar a los transeúntes, y a otras fechorías mayores aún. Pronto habituado al mal, el joven, arrastrado por el ardor de su naturaleza, y desviándose del recto camino, semejante a un caballo sin freno que se lanza fuera de su camino, se fue precipitando con más fuerza en el abismo.
Desesperando de la salvación de Dios, se hizo audaz en el mal y, habiendo perpetrado grandes crímenes, puesto que estaba perdido, quería por lo menos en esa vida criminal hacer algo grande. Reunió sus compañeros y formó con ellos una banda de salteadores de los cuales se hizo jefe, sobrepujando a todos ellos en crueldad y violencia.
"Al cabo de un tiempo, Juan, llamado por nuevos deberes, volvió a aquella ciudad, y habiendo terminado lo que tenía que hacer, se dirigió al obispo: "Y bien, le dijo, restituye el depósito que el Señor y yo mismo te hemos confiado en presencia de la iglesia que presides."
El obispo, espantado y estupefacto, pensaba que se trataba de una suma de dinero que él no había recibido. "No, dijo el apóstol, el joven es lo que pido y el alma de tu hermano, he ahí lo que reclamo de ti."
Entonces el anciano, prorrumpió en profundos sollozos y, respondió anegado en lágrimas: "¡Ha muerto!" -- "¡Muerto!, exclamó el apóstol. ¿Y de qué muerte?" --
"Ha muerto a Dios, respondió el obispo; se ha pervertido, se ha perdido; en pocas palabras: se ha hecho un bandido, y ahora, en lugar de pertenecer a la iglesia, ocupa la montaña con la banda de sus asociados."
Al oír estas palabras, el apóstol desgarra sus vestiduras, y, golpeándose la cabeza, con gran lamentación exclamó: "¡Oh! ¿A qué guardián he confiado, pues, el alma de mi hermano?"
¡Tráigaseme al instante un caballo y un guía!" Y desde allí, tal como estaba, salió de la iglesia y se marchó. Llegado a la región donde están los bandidos, es detenido por sus centinelas pero no procura ni escapar de ellos, ni aplacarlos. "Para esto he venido, dice: ¡llevadme ante vuestro jefe!" Éste, enteramente armado, esperaba con arrogancia, mas, al reconocer a Juan en el que se acercaba, se dio a la fuga, lleno de vergüenza.
Juan, olvidando su edad, comenzó a perseguirle con todas sus fuerzas, gritándole varias veces:
"Por qué huyes de mí, hijo mío, de mí, tu padre, un anciano sin armas? Ten piedad de mí, hijo mío, no temas; hay aun para ti, esperanza de vida eterna. Yo rendiré cuentas por ti al Salvador, y, si fuere necesario, moriré por ti, como el Señor ha dado su vida por nosotros".
"Mi alma doy por la tuya, ¡Detente! ¡Cree! ¡Cristo me ha enviado!"
"Al oír estas palabras, el joven se detuvo bajando la cabeza; luego arrojó lejos de sí sus armas y, temblando, lloró amargamente.
Cuando el anciano se le acercó, se abrazó a él, implorando su perdón y lágrimas que fueron para él un segundo bautismo. Sólo ocultaba su mano derecha. Pero Juan le salió fiador jurando que había alcanzado perdón para él de parte del Salvador. Se arroja por último a sus pies, le suplica, y besando esa mano derecha que el joven retira, como ya purificada por el arrepentimiento, le conduce de nuevo a la iglesia.
Y allí, intercediendo con abundantes oraciones, lo acompañó en su lucha con ayunos prolongados, persuadiendo su espíritu por discursos varios, no partió de allí hasta haberlo asentado en la Iglesia, como un gran ejemplo de verdadero arrepentimiento y de esa regeneración que es un monumento de la resurrección que esperamos."
Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesárea (260/265-339). Relato sobre el Apóstol Juan. Libro III, Cap. 23:1-9.
Todos los testimonios de la antigüedad cristiana coinciden en que Juan alcanzó los últimos límites de la vida humana y vivió casi cien años. Jerónimo de Estridón (347-420 d.C) cuenta que, siendo muy anciano y demasiado débil para trasladarse a las asambleas, se hacía llevar a ellas en una silla por jóvenes discípulos, y que, no pudiendo pronunciar discursos prolongados, se contentaba con repetir siempre el mismo consejo: "Hijitos míos, amaos unos a otros."
Extrañados de oír siempre salir las mismas palabras de esa boca, otrora tan elocuente, algunos hermanos le preguntaron por qué las repetía así. Respondió: "Porque es el mandamiento del Señor, y, si es cumplido, todo es cumplido."
En los Hechos de Juan en Roma o como se transmite en los antiguos manuscritos griegos Hechos del Santo Apóstol y Evangelista Juan el Teólogo, atribuidos a Leucio Carino, autor cristiano que habría sido discípulo del apóstol Juan y ha escrito algunas obras: Se cuenta que un domingo, después del servicio divino, el apóstol Juan se trasladó, en compañía de algunos discípulos íntimos, ante las puertas de la ciudad, y se hizo cavar una tumba profunda; depositó en ella sus vestidos exteriores para que le sirvieran de lecho; después de una última oración, descendió, se despidió de los hermanos presentes, y dio el espíritu.
Cualesquiera que sean los detalles de esta historia, confirma la muerte pacífica del apóstol. Un discípulo del conocido Policarpo de Esmirna, quien a su vez fue discípulo del apóstol Juan, sucesor en el liderazgo de la Iglesia de Éfeso llamado Polícrates de Éfeso (c.130-196 d.C), testifica que el apóstol fue sepultado en Éfeso. Eusebio de Cesarea dice que mucho más tarde todavía se podía ver allí su tumba. (Historia Eclesiástica, VII, 25).
Agustín de Hipona (354-430 d.C), considerado el "Doctor de la Gracia", además de ser el mayor pensador del cristianismo en el primer milenio, dice sin embargo que algunos de sus contemporáneos, persistiendo en la opinión de que el apóstol no estaba muerto, creyeron ver cada suspiro de su pecho mover la tierra sobre su tumba. Así, el corazón, ayudado por la imaginación, se contenta con la quimera en lugar de renunciar a las ideas que le son queridas.
La larga vida de Juan confirmó a sus amigos la opinión de que no vería la muerte. Sin embargo murió. Tal era el discípulo a quien Jesús amaba, en la medida en que podemos describirlo según los detalles dispersos que el Evangelio y la tradición nos han dejado sobre él.
Las siguientes líneas de Frederik B. Meyer (1847-1929) parecen resumirlas alegremente y dibujar un retrato fiel del apóstol de la caridad: "El amor era el rasgo fundamental de su ser, porque vivía plenamente en la más verdadera, más profunda y más viva comunión de espíritu y de corazón con Jesucristo. Contemplativo, pero práctico; de un misticismo ideal y profundo, pero lejos de todo fanatismo; reflejando como un puro espejo la gloria del hombre-Dios; tierno y humilde, pero de apostólica energía; teniendo la gloria de ser, en el seno de las iglesias de Asia, el representante del sacerdocio espiritual y de la verdadera gnosis cristiana; habiéndose elevado del punto de vista del apostolado judío hasta el universalismo de un Pablo, pero a una altura tranquila y serena, por encima de las luchas y de los combates; último de los apóstoles y, gracias a su larga y rica experiencia, el intérprete mas completo de la verdad y de la vida que aparecieron en Cristo; llevando todo el cristianismo a la persona del Salvador, Juan dejó su evangelio a la iglesia, que lo conservará como una herencia de paz, de unidad, de progreso, hasta que ella haya alcanzado su completo perfeccionamiento."
He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último. (Apocalipsis 22:12-13)
El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén. (Apocalipsis 22:20-21)
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